miércoles, 17 de diciembre de 2008

BODA



La boda transcurría con total normalidad. El día había sido caluroso pero agradecido por una suave brisa que aliviaba el rigor amarillo del sol. La novia había pasado un día muy nerviosa y la mandíbula le dolía por la permanente sonrisa que quedó en su rostro desde que su amante le pidió que se casara con ella. Hay gente que nace para el matrimonio y gente que no, aunque todo el mundo nace para el amor, lo reconozca o no. En todo caso, veamos cómo el novio pasa el día despreocupado pero agitado, un poco haciendo por hacer, sentándose y levantándose a los cinco minutos, sin apreciar un claro nerviosismo pero con la sensación ineludible de que algo va a cambiar a última hora del día. Sale de su casa para despejar la cabeza y la brisa acaricia a cada paso su rostro llenándole de una especie de comunicación de fumado con la naturaleza. Y continúa paseando pensando en ella.

La boda comienza con total normalidad. El jardín está hermoso, los invitados convenientemente colocados y el novio al pie del altar, con un traje blanco a la última moda. Suenan los primeros compases de la música, que no es una marcha nupcial porque ya no se llevan, y la novia aparece en la lejanía, toda vestida de blanco, hermosa y perfecta, aunque ella no lo sea, pero hermosa y perfecta como nunca lo fue una mujer. La suave brisa llena a todos de un ánimo especial y veraniego e inunda de gozo sus corazones.

La novia, en fin, atraviesa llorosa el pasillo con su padre del brazo. Todo transcurre con normalidad. Comienza a sentir un delicioso hormigueo, desconcertante pero delicioso, y continúa su paseo entre las miradas amables de los invitados. Mientras, el novio la mira con lágrimas en los ojos y siente un desconcertante hormigueo en su brazo derecho. Se lo rasca e inmediatamente deja de hacerlo porque nota una especie de blandura en el antebrazo. "Nervios, alucinaciones, mejor paro". "Hija, tienes el brazo como blando". "Sí, papá, es que estoy como un flan”. Todo continúa con normalidad. Llega al altar y le coge la mano al nervioso novio y la mano está blanda.

La boda se desarrolla con total normalidad. Algunos invitados cercanos a la feliz pareja hacen sus emocionados discursos, el oficiante suelta algunos chistes y algunas lágrimas y la ternura y la alegría se apodera de los corazones de los hombres y las mujeres. Mientras tanto, en silencio y blandura, los novios notan los extraños cambios y movimientos de sus cuerpos y siguen mirándose con complicidad. Llega el final. "Os declaro marido y mujer, o mujer y marido". En un desarrollo completamente visible de unos diez segundos la cabeza del hombre se transforma en un limpio y hermoso lirio y la de la mujer en una rosa blanca y pura. Los trajes de ambos resbalan de su cuerpo y caen al suelo dejando ver sus cuerpos todos cubiertos de pétalos. Y vuelve la dulce brisa que vuela sus cabezas, sus pies, sus manos hacia el sol que se esconde, mezclándose en el aire del atardecer, danzando en un baile perfecto y armonioso y ascendente. Y vuelan. La madrina sentencia: “¡Qué suerte, ya se van de viaje de novios!”.

sábado, 29 de noviembre de 2008





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viernes, 31 de octubre de 2008



Vas fijando tu mirada al suelo y ves cómo avanza tu pie derecho. Se posa en el suelo. Luego, va el izquierdo. Lógico. Las zapatillas que te compraste ayer te gustan, pero todo se queda en eso. No puedes evitar el sentimiento de aburrimiento de la actividad repetida, como cuando te duchas por la mañana, te pones el albornoz, sales y te secas el pelo, luego las piernas. Primero un pie, después el otro. Caminas y recuerdas viejas historias de samurais, largas travesías por la montaña. Pero no estás en la montaña y, desde luego, no eres un samurai. Tampoco te apasiona andar; en todo caso, trayectos cortos. En la mano no llevas el Bushido sino el periódico de ayer, que tiras rutinariamente en la papelera de la esquina. Tampoco estás en Nueva York, ni en Praga, sino en un pueblo del extrarradio. La calle no es bulliciosa, no sale humo de las alcantarillas, no hay puentes y todo está bastante limpio. Hicieron este precioso paseo peatonal hace unos años. Piensas que, en realidad, no tienes realmente derecho a sentirte triste. Miras al frente y sigues caminando por la calle principal. El sol luce radiante y juega en el suelo con los barrotes de las terrazas. El sol es mejor que cualquier canción. Y este invierno es, en teoría, menos frío que los años pasados.

En general, no sueles parecerte a un personaje de novela. No sueles ir solo de noche por los bares en busca de sórdidas aventuras y, además, desgraciadamente, cada día te gusta menos fumar. Entonces te metes en una cafetería -porque por el día los bares son cafeterías. Te sueles sentar en la barra salvo que haya alguna mesa que dé a la calle. Te sientas, dudas entre café y whisky, te acuerdas de que no eres un personaje de novela y el whisky te sentará mal: pides un café, pero un café solo. Como no podía ser de otra manera, la camarera es una bella mujer con cierto deje de mujer fatal. Es rubia y rumana. No sabes si su antipatía hacia ti es debido a su poca fluidez con el idioma o a que las rumanas también pueden ser antipáticas. Miras a tu alrededor y ves una mesa ocupada por un viejo solo que sorbe ruidosamente un café -con leche- y moja unos churros. En otra mesa hay dos viejos. La mesa más cercana al baño está ocupada por tres viejos, supones que por la proximidad al retrete. Ni rastro de hombres misteriosos con gabardina, mujeres fatales que hablen tu idioma o colegialas de pellas. Esto no es Nueva York, ni Praga ni nada que se le parezca.

Piensas suavemente, casi sin quererlo, en tu mujer, que estará en su oficina, probablemente hablando por teléfono. Sonríes, ligeramente. Te pones de pie, dejas el dinero del café encima de la barra y una sonrisa para la camarera que no te es devuelta, y te dan ganas de mandarla a la puta mierda. Te das la vuelta y ves, a través del cristal que da a la calle, de pie, con las manos en los bolsillos, tez cenicienta, una altura de unos dos metros y barba de tres días, a un hombre misterioso ataviado con una larga gabardina gris, que te mira y te remira mientras las gotas de lluvia le resbalan por la cara. Te quedas paralizado. Adviertes que el sol se ha ido silenciosamente dando paso a la lluvia, que parece que se ha hecho de noche y que la cafetería ahora parece un bar. El hombre saca la mano derecha de la gabardina y muy lentamente, como en una mala película de acción, alza su brazo, extiende su dedo. Te señala. Te ha señalado y se ha dado la vuelta tomando la calle hacia arriba, a paso rápido. No sabes qué hacer. Sales discretamente del bar y en la calle te resbalas y te das un buen golpe. Desconcertado, te levantas y miras las suelas de tus nuevas zapatillas y ves que tienen la suela plana. No entiendes por qué tienen la suela plana. En fin, diriges tu mirada hacia la dirección en que el hombre misterioso emprendió su rápido paseo y le ves a lo lejos. Una vez reincorporado le sigues a paso rápido y estás a punto de resbalar tres veces y vuelves a caer al suelo una vez más. Ni una sola vez él vuelve la vista atrás, caminas a una distancia prudencial, tuerces dos calles a la derecha, luego avanzas recto un trecho bien largo. Otra vez a la derecha y una a la izquierda y el hombre no vuelve la vista atrás. No entiendes por qué le sigues, pudo ser todo tu imaginación. No sabes dónde estás, esto no parece tu pueblo más: las calles son oscuras y estrechas y hay un mendigo en el suelo; sale un espeso humo de una alcantarilla cercana. Subes una larga cuesta y el hombre de la gabardina está cada vez más lejos, tanto que debes apretar el paso y acabas trotando como un asno en pos de su zanahoria. El desnivel de la cuesta te hace perder de vista al hombre misterioso y cuando llegas arriba ya no les ves por ningún lado, ni a izquierda ni a derecha, en ningún lado. Entonces, oyes un pequeño ruido: la puerta que hay a tu izquierda acaba de cerrarse. Tu aventura ha entrado en el portal. Llamas al primer piso que se te ocurre y exclamas, imposible: “Cartero comercial”. Entras a tiempo de ver cómo el ascensor se ha detenido en el tercer piso y subes sigilosamente por las escaleras de madera del edificio. Ningún bloque en este pueblo del extrarradio tiene las escaleras de madera. Oyes el estruendo de un portazo. Subes y subes tu infierno particular hasta el tercer piso. Letra A y Letra B. Dos pisos, dos posibilidades, cincuenta por ciento y no tienes ni idea de qué haces aquí. Miras las dos puertas sin saber qué hacer, piensas que no tienes más testigos de tu paseo que la camarera rumana y no crees que pueda ser un testigo demasiado fiable si desapareces. Te montas tu película. A de alfalfa, B de burro, A de ángel, B de bandido. Vas a sentirte muy violento si no aciertas con la letra y no sabes cómo vas a sentirte si aciertas. En todo caso, sin perder el tiempo, das al timbre de la letra A. No oyes nada. Ni un ruido. Nada. No hay nadie en casa.

Tiene que ser la B, no puede ser más que la B. O eso, o la A contiene a nuestro hombre misterioso y no quiere abrir. O está en la B, ha oído el timbre de la A y está preparado, sentado en un sillón, mirando fijamente la puerta de entrada. Parece un concurso de televisión antiguo: dos puertas, dos premios. Te pesan las piernas; el agua de la lluvia se mezcla con tu sudor produciéndote una desagradable sensación de frío y calor a la vez. Ahora o nunca. Diriges tu mano hacia el timbre de la B y, cuando estás a punto de pulsarlo, te detienes, congelas tu brazo. El portal se queda a oscuras y ves algo que te sobrecoge. Un tenue sendero de luz proveniente de la puerta se monta y recorre tus zapatillas resbaladizas y muere en la puerta del ascensor. Todo este tiempo, la puerta de la casa B ha estado abierta. Todo este tiempo el hombre misterioso ha estado oliendo tu indecisión al otro lado de la puerta. Tú no eres un héroe, no eres un personaje de novela, no eres nadie, esto es demasiado para ti.

Retrocedes mirando a la puerta, buscando a tientas el interruptor a tu espalda, mirando la luz que sale de la casa. Enciendes por fin la luz y sientes algo de alivio cuando ésta inunda toda la planta. Alguien carraspea, como llamándote, claramente llamándote, sin duda llamándote y no puedes esperar más. Has llegado aquí y se acabó todo. Piensas en la rumana, luego en tu mujer, avanzas hacia la puerta y la abres. Ya está. Listo. Como cabía esperar, desde el dintel de la puerta observas al fondo de un largo pasillo preñado de oscuridad un salón, y allí la silueta de tu hombre, fumando, esperando. Entras, rompes la negrura del corredor, ves la gabardina gris tirada en el suelo, sigues y te paras en la puerta del salón. Te cagas de miedo. El hombre expulsa el humo del cigarrillo, lo apaga en el cenicero que tiene bailando en el brazo del sofá y con la mano enciende una pequeña lámpara. La luz ilumina su rostro y no te puedes creer lo que ves. Recuerdas que en la calle apenas advertiste su cara, todo fue muy rápido, te centraste en aquel dedo que te señaló, en nada más. Exhalas un suspiro de espanto, sientes como te ahogas y sales corriendo, corriendo como nunca en tu vida. Te recuerdas de pequeño en el patio del colegio, en clase de gimnasia, aquellos días lluviosos en los que os obligaban a correr igualmente y sentíais las gotas de lluvia azotando dulcemente vuestra cara. Corres entre la lluvia, sin saber qué camino coger, izquierda y derecha, el paisaje cambia de pronto, esto vuelve a ser tu pueblo y vuelves a estar delante del bar. Miras atrás, adelante, a los lados y bajas la calle desesperado, con las lágrimas saliendo de tus ojos. Pánico. Bajas deprisa, demasiado agotado para correr, y llegas a tu casa. Tiras la gabardina gris al suelo y atraviesas el oscuro pasillo hasta el salón. Tu mujer no ha vuelto. Te sientas en el sillón, apoyas el cenicero y clavas tu mirada en la puerta de la calle. La casa a oscuras y el humo saliendo de tu boca expulsando con cada bocanada todo tu terror.

viernes, 3 de octubre de 2008

IF



Si hay un río eterno, una vida,
un páramo desnudo de belleza.

Si hay un húmedo cielo azul,
una melodía de la naturaleza.

Si hay la idea perfecta, la suerte,
el instante de la iluminación.

Si hay el descubrimiento de la muerte,
la plenitud, la justicia, la alegría.

Si hay tú,
si hay yo,
si es todo,
si eso es todo,
si esto es todo...

entonces sí.

martes, 2 de septiembre de 2008

LA LOCURA DE LA PANDA



Se decidió por unanimidad que no se publicarían las fotos que acompañaban a la noticia. En la redacción del periódico aún así había muchas dudas, especialmente centradas en la posibilidad de que cualquier otra publicación carente de escrúpulos o algún sensacionalista programa de la televisión pudiera hacer su agosto a costa de la desgracia. A pesar de todo, las presiones de la familia y de la Asociación pro Defensa del Oso Panda, uno de los mayores grupos de poder del país, declinó la balanza hacia la decisión responsable. Por otro lado –replicó sabiamente el director- tenemos las fotos de la princesa en bañador, que son sin duda de interés general, y no lo del oso que es algo de mal gusto e interés degeneral (el director sonrió ante su propia ocurrencia ampliamente reída por la pléyade de redactores que atendían la reunión).


Esa misma tarde la televisión pública remontó un mal año de audiencia con el especial informativo, que fue alargado las dos semanas siguientes con multitud de entrevistas a los testigos del suceso. Gran Osezno, la vida a tiempo real del oso mutilador, fue el programa más visto del año y revolucionó el formato de los documentales sobre el mundo animal, pese a ser criticado por los profesionales del medio. El canal digital de National Geographic experimentó un desarrollo monstruoso y generó muchísimo empleo entre los antaño denostados biólogos y naturalistas, que vieron su prestigio recuperado tras la catástrofe acontecida muchos años antes cuando pruebas irrefutables habían demostrado que Dios había creado al mono.


Un par de años después, Osicidio, vuelta al mundo panda, registró una taquilla inesperadamente baja comparada con la primera parte, menos en China. La moda fue pasando y poco a poco se fue perdiendo el interés por el mundo animal. La niña de la historia, la más famosa desde Ana Frank, sentada al borde de la piscina de su mansión, se miraba su pequeño brazo ausente mientras les decía a sus papás: No entiendo nada.

jueves, 21 de agosto de 2008

MÚSICA II

Estoy que lo tiro esta semana. Añado a la lista de canciones cinco nuevos temas para que no os aburráis mucho leyendo el blog.

He colgado una versión que Nacho Vegas hizo de Leonard Cohen. Me parece que Nacho Vegas es el mejor compositor que tenemos en España hoy en día, aunque suene exagerado, y además en esta versión muestra su sensibilidad como intérpete.

Simphiwe Dana es una cantante africana muy interesante que se suma a otros cuantos cantantes del continente que merecen muchísimo la pena (se me ocurren Ernst Ranglin, Ali Farkha Touré, Baaba Maal, Djeli Mousa Diawara, Youssou N' Dour...). Esta canción ha tenido mucho éxito en todo África y está en su último disco.

Neil Young me gusta con y sin Crazy Horse, y los dos discos acústicos -Harvest y Harvest Moon- son maravillosos.

A Mica P. Hinson lo descubrí hace ya tiempo e incluso le vi en un concierto espectacular en la sala Moby Dick de Madrid. Es muy singular y muy especial. La canción que he colgado es también de su último disco, aunque mi favorito sigue siendo el Micah P. Hinson and the gospel of progress.

Y por último Queen en una de esas baladas poco conocidas que hicieron de Freddie Mercury la estrella que fue y sigue siendo.

Espero que os gusten.

Saludos desde la Utopía.

L.

MAUS


(pincha en la imagen para aumentarla)

Un libro imprescindible, Maus, de Art Spiegelman, el único comic en la historia que ha ganado un premio Pullitzer. Esta página es una maravilla: siglos de pensamiento y literatura metidos en ocho viñetas dentro de una historia emocionante y contada mil veces de mil maneras distintas(el holocausto judío). Ocho viñetas que nos recuerdan por qué contamos historias y que me hacen pensar en la dificultad de encontrar una forma que descubra un nuevo contenido.

Las frases simples y el chocolate espeso.

"Por otra parte, lo dijo". Y se queda tan ancho, con esa cara de ratón.

lunes, 18 de agosto de 2008

MISS ASCENSOR



Desde lo del ascensor, sentía una extraña sensación de malestar, una especie de zumbido intermitente en la parte trasera de su cabeza. Iba caminando por la calle o por el portal de su casa y tenía que parar y echar la vista atrás para ver si alguien le seguía. Por lo demás, no sentía ningún peso en su conciencia por lo que había hecho, posiblemente porque en realidad nunca se arrepentía de nada de lo que hacía. Su marido, un pelele con cara de panoli, tampoco sentía lo ocurrido y lo poco que habían hablado del tema era para discutir la estrategia a seguir -más bien para que ella trazara la estrategia a seguir- después de descubrirse todo el pastel. Sus dos hijos, altos, fornidos y, a la postre, casi tan tontos como los progenitores, desconocían el pecado de sus padres pero no se vieron prácticamente sorprendidos por la noticia. Si sus padres no tenían vergüenza era difícil que a ellos se les hubiera transmitido dicha facultad para distinguir cuando algo era censurable o no, o, para ser más preciso, carecían del freno que la moralidad le impone a uno para no realizar según qué acciones que pueden verse desde fuera como algo imperdonable pero que revisten algún tipo de beneficio personal que compensa el escarnio general. La desgracia es que uno de esos hijos ya había tenido a su vez dos hijos -fuera del matrimonio según la crónica vecinal- por lo que el mundo ya nunca estaría a salvo.

Miss Ascensor (así la llamaban desde el incidente como irónica alusión al título que ella aseguraba haber obtenido hacía dos décadas en un certamen de belleza) era una mujer de mediana o no tan mediana edad, pechos operados pero ligeramente caídos, pelo largo y negro y cierta belleza en el rostro al que el paso del tiempo había tratado mejor que a su culo pero peor que a su cartera. Apoyada en un patrimonio basado en la herencia familiar, había conseguido hacer negocio a través de la reforma y venta de pisos antiguos que, gracias a la propicia situación de la burbuja inmobiliaria, le había proporcionado suculentos beneficios, ropa de marca y propiedades a mogollón que alquilaba o vendía con buenos resultados. El pelele era arquitecto y ella era algo que los demás desconocían. Si nos basamos en la crónica de sucesos, se la describe como hábil empresaria y nacida en Madrid. Lo demás son especulaciones y aportaciones más o menos objetivas de vecinos y amigos que no vienen al caso. Precisamente la opinión general era que con semejante patrimonio y actitud de nuevo rico no se podía entender el incidente del ascensor.

La muerte de Miss Ascensor conmocionó a todo el barrio e inició una larga serie de crímenes de ojo por ojo desproporcionada pero de gran acogida popular que la policía tuvo que perseguir severamente durante varios meses. Toda una corriente social que fundamentaba sus principios en el enfrentamiento contra el capital, la lucha de clases, los derechos humanos fundamentales, la revolución francesa, etc., etc., asoló la ciudad en forma de crímenes que abogaban por el despertar de la conciencia ciudadana (“El País”, noviembre de 2008). Los disturbios terminaron con la detención de un vecino fumeta que disfrazado con unas mallas negras y una calavera pintada en la camiseta cometió bajo el apodo de El Castigador cinco crímenes justicieros.

La muerte de nuestra protagonista fue, en apariencia, un accidente mecánico. El mes de agosto madrileño oprimía con un calor sin igual y la mujer llegó sofocada al portal de su casa. Pese a vivir en el tercer piso solía subir andando para tonificar sus piernas pero esa mañana decidió coger el ascensor. Al pulsar el botón de bajada del ascensor le pareció oír un murmullo y un ruido metálico difícilmente identificable. Las puertas del ascensor se abrieron y entró confiadamente en su propia muerte. Pulsó el botón del tercero y el ascensor se paró entre el segundo y el tercer piso. Era un ascensor antiguo y podía abrirse sin problemas entre plantas. “El ascensor no estaba debidamente homologado”, dirían los técnicos después. Dado que nadie respondía al botón de emergencia, la mujer decidió salir por su propio pie encaramándose al suelo de la planta tercera. Como en una mala película de terror, se oyó un crac y el ascensor se precipitó al vacío llevándose medio cuerpo mutilado de la desafortunada ciudadana.

La noticia publicada varios días después titulaba extensamente con cierta sorna impropia de los medios de comunicación de nuestro país: Muere mujer en accidente provocado de ascensor por haber estado catorce años conectada ilegalmente a la luz del ídem. Hasta la fecha no se ha hallado al culpable.

miércoles, 23 de julio de 2008

CONJUGACIONES


La tristeza de los pasos perdidos añorando.
Los viejos lugares de la alegría soñando.
El futuro incesante de la memoria esperando.

El ímpetu heroico de la juventud suspendido.
La conciencia de saberse tan frágil asustada.
Todos los días del viejo mundo desaparecido.

Las ganas, la muerte, la pereza, despertar.
Las viejas glorias, la vida, el sol, remover.
El espíritu, el amor, el deseo, renacer.

domingo, 13 de julio de 2008

HISTORIAS DE ALBURQUERQUE




Un hombre despierta ansioso en su rancho de Alburquerque. Le pica levemente la oreja. Ha tenido un sueño muy extraño. Recibía una llamada de un amigo de su infancia pidiéndole urgentemente que se reuniera con él en su apartamento de Los Ángeles, sin más detalles. El hombre cogía el primer tren a L. A. y llegaba al apartamento de su amigo: una nota en la puerta le pedía que bajara al bar de la esquina. Vuelve a notar cierto molesto cosquilleo en la oreja que empieza a perturbarle. El bar era muy amplio, de madera, antiguo y vulgar y alemán. El hombre desconcertado buscaba a su amigo y lo encontraba en un taburete, mirando a unas mujeres rubias y alemanas que le hacían carantoñas desde la distancia. Por alguna razón de esas que se dan sólo en los sueños, sin necesidad de preguntarle, el hombre sabe que su amigo es actor y que aunque simula que la vida le va muy bien y está punto de triunfar, la verdad es muy distinta y está aterrado de miedo. Se acerca a su amigo. Su amigo apenas habla con él o, al menos, al despertar, no recuerda haber hablado demasiado con Peter. Se llama Peter. Peter le coge del brazo y le lleva a la mesa de las señoritas rubias y se toman unos tragos con ellas. Son las doce del mediodía y el hombre se marea fácilmente con el alcohol. No ha sido una buena idea venir, no ha recibido aún noticias del problema de Peter, se encuentra muy cansado y las rubias le están poniendo confusamente cachondo. Le pica el oído y la vida es un lugar terrible hoy. Además, su mujer le espera en su rancho de Alburquerque.

Hay una laguna a continuación en el sueño, algo de un parque lleno de nieve o, no sabe, algo así. Hace frío, está fuera del bar y vuelve a entrar. Sentado en su cama, recordando y deshilando poco a poco la tela de su sueño el hombre está realmente asustado porque le pica el oído y le picaba en el sueño y se supone que YA NO ESTÁ SOÑANDO. Si pudiera iría corriendo a trabajar pero es domingo y no se trabaja. Bajará despacio por las escaleras y se tomará un buen desayuno con sus huevos fritos y su bacon. Si le continúa picando el oído no se dejará vencer por el pánico e irá sosegadamente al doctor McCoy, que es como se llama el doctor de su pueblo. De pronto, sentado en su cama, siente que el picor se convierte en un zumbido y siente a la vez que un pequeño ruido desde dentro de su cabeza le recorre el conducto auditivo acompañado de una vibración intermitente.

Asustado, el hombre volvía a entrar en el bar y veía a Peter besándose sobre una mesa alemana de madera con una de las chicas rubias. La otra estaba con cara de enfado esperando el regreso del hombre para empezar su orgía. Esto es terriblemente desconcertante -piensa- debería bajar al coche inmediatamente e ir a ver al doctor McCoy sin tardanza. Se monta en su ranchera y sale escopetado atravesando su rancho por un camino de tierra. El picor es incesante. Por el retrovisor, la arena se expande como un banco de niebla que impide ver el camino que deja atrás. La memoria se le va apagando, el sueño queda lejos y sólo está el camino, seco y sinuoso. Frena. Un escalofrío le recorre la espalda y le llega hasta la nuca. Mira atrás volviendo la cabeza y no ve más que la silueta de su casa entre las partículas de polvo que su camioneta ha levantado al avanzar velozmente por el camino. Entonces, un pájaro verde y pequeño asoma por su oreja, pía tres veces, se impulsa con sus dos suaves alas y, provocando un ligero hormigueo en la oreja del hombre, sale y levanta el vuelo suavemente y sin esfuerzo. El hombre le observa y, aliviado, suspira. Suspira hondo.

Continuará.

jueves, 26 de junio de 2008

El capitán Babea





El capitán Babea camina en el silencio de la noche, como elevándose sobre el suelo de piedra, hundido como un eterno centinela a las esquinas de la ciudad. Lo de Babea no es algo de siempre, no siempre fue así. Ahora sí. Ahora su cuerpo está más arrugado y más deteriorado. Tose dos veces seguidas cada diez minutos. Sus piernas delgadas son sinuosas y presentan una extraña forma: las rodillas exageradamente dobladas, el peroné forzado hacia delante, como las patas de un carnero. Los zapatos blandos ligeramente rosados y las medias blancas están arrugados como el resto de su uniforme, cerrado por unos botones exageradamente grandes que le dan un aspecto cómico. La nariz avanza paralela a la barbilla en una especie de carrera invisible contra el tiempo, el sombrero arrebujado y rematado con una pluma morada, distintivo de su rango, el color amarillo pálido del uniforme… todo emite una clara imagen sobre la superficie del canal: "Babea, estás acabado”.

La última inundación dejó impracticable la calle que da a su casa. Venecia es la ciudad de la belleza y el misterio pero también es una mierda, piensa Babea. Le compró una barca a un joven soldado del cuerpo que tiene más dinero que él para poder acceder a la puerta de casa. Todos los días durante el mes siguiente al desastre, Babea y sus achacosas manos achicaron el agua en lo que le pareció una de las luchas más agotadoras de su vida. Pero a la casa no se le va el olor a humedad, el olor a viejo.

El capitán suele realizar la misma ruta todas las noches de todas las semanas del año con ligeras variaciones para pillar por sorpresa a los maleantes. Hace diez años una de esas ligeras variaciones le costó un corte en la mejilla de un torpe ladrón que, como el olor de su casa, se quedó siempre con él. Hace ocho años otra variación le costó un disgusto aún mayor cuando vio salir a su joven mujer de una casa que no era la suya. La mujer, en un ataque de dignidad femenina exclamó: “¿Y tú que miras?”. Él tosió. Lamentó su marcha y se arrepintió después de no tratar de recuperarla, de no haber tenido unos hijos que le hicieran más llevadera la vida, de no haber tratado de conseguir aquel ascenso. Pero Babea tenía algo que no le podían, de momento, quitar: una par de piernas que podían andar todas las noches por las calles de Venecia.

El día que murió el capitán, cerca del teatro de Goldoni, no se celebraron exequias ni se cantaron himnos. Dos compañeros, los más dignos y rectos del cuerpo, le relevaron en su ronda nocturna y recordaron los días de gloria de Babea al frente de la Guardia Real. “Era como un soldado espartano”, dijo uno. “Dicen que hablaba solo desde pequeño”, dijo el otro. Eran las cinco de la mañana y la ronda tocaba a su fin cuando un escalofrío les recorrió la espalda al oír unos pasos con una extraña y familiar cadencia. Al echar la vista atrás no vieron nada. Siguieron caminando hacia el cuartel y muy a lo lejos, proveniente de un oscuro callejón, les pareció escuchar una tos. Y luego otra. Y luego el silencio.

("Personajes ilustres de la ciudad de Venecia", Luigi Lopezzi D'Arriba, siglo XIX)

martes, 24 de junio de 2008

Música

Inauguro la sección musical del blog. No tenéis nada más que pinchar en cada canción o poner la primera y dejar sonar todas. De momento, lo que hay son cinco canciones, aunque poco a poco iré poniendo más...

La cosa va de versiones. A Bruce Willis, el actor, le dio por cantar "Under the broadwalk", original de los Platters. Yo la escuché viendo un vídeo hace muchísimo tiempo y un día me acordé. Peor, posiblemente, que la original, pero más divertida y playera (además siempre tuve cierta predilección por Bruce). Otra versión, esta vez de Nina Simone, quizá una de las mejores versionistas de la historia y, desde luego, una excepcional cantante y compositora. Es "Here comes the sun", de los Beatles. Mejor que la original, en mi opinión, y una de las más optimistas y positivas canciones que conozco. El "Personal Jesus" de Johnny Cash, con el arreglo de guitarra de Flea (Red Hot Chili Peppers) es impactante y Cash uno de los grandes músicos genuinos del rock americano. "Wonderful Life", de Black, siempre me gustó por esa extraña mezcla de nostalgia y alegría que tiene, no quería dejar de ponerla... Próximamente pondremos alguna versión interesante que tengo guardada. La canción de Leonard Cohen, es simplemente una más de tantas canciones del cantautor canadiense que no me cansaré nunca de escuchar. En particular esta, con la historia de amor entre Leonard y Janis Joplin de fondo real, es conmovedora. La última canción es algo especial: la primera parte del "Köln Concert" de Keith Jarret, un concierto de piano que dio en la ciudad alemana de Köln este gran músico de jazz moderno. Sencillamente precioso.

Y esto es todo. Prometo añadir temas cuando el tiempo me lo permita, dado que es algo costoso el procedimiento de colgar las canciones.

Saludos desde la Utopía...

L.

lunes, 23 de junio de 2008

Mujeres (uno)

Esta mañana me he despertado tarde. Mi reloj se paró anoche exactamente a las 0:50 y durante las dos horas siguientes estuve viviendo detenido en el tiempo. A las tres de la mañana el reloj de la televisión me recordó que, pese a mi ilusión, el tiempo corre inexorable y me fui a dormir. Siempre que me despierto tarde siento una especie de extraña desorientación que viene a ser algo parecido a que necesito un poco de tiempo para situarme de nuevo en el mundo, como si mi alma estuviera todavía entre sueños. En estas circunstancias, lo que peor me sienta es que algo me baje súbitamente a la realidad: una llamada inoportuna, una mala noticia, un problema pendiente, un mal pensamiento. Esta mañana han matado a dos mujeres más en España. La televisión me provoca cierto distanciamiento, y pocas veces soy permeable a las noticias pero los desvaríos de los políticos y la injusta muerte de las mujeres me ponen enfermo. De lo primero hablaremos algún día. De lo segundo en realidad hay menos que hablar de lo que parece y más necesidad de actuación.

Sin la mujer, la vida es pura prosa (Rubén Darío). Cuando empiezan a gustarte las mujeres, o al menos a mí me ocurrió, te gustan casi todas. Todo gira en torno a las mujeres. Las mujeres son poesía. Siempre puedes ver algo en una mujer que podría hacer que llegaras a amarla, guapa o fea, desde la forma de tocarse el pelo hasta una apenas esbozada sonrisa. Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche (Oscar Wilde). Sigo manteniendo eso hasta cierto punto, me gustan más las mujeres que los hombres, tengo la sensación de que nos estamos perdiendo algo.

La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre (Rudyard Kipling). Existe una inteligencia innata en la mujer que trabaja de una manera distinta que la del hombre. Me indignan los recientes discursos de la paridad y demás sandeces. La mujer se impondrá por sus propios medios y nuestro deber es dejar que así sea, apartarnos, que pasen y reordenen el mundo, pero no me gusta la idea de cogerlas en volandas de manera arbitraria y empujarlas al siguiente escalón. Es un insulto. Además, eso tiene poco que ver con la igualdad. Las mujeres necesitamos la belleza para que los hombres nos amen, y la estupidez para que nosotras amemos a los hombres (Coco Chanel). La paridad como se nos ha contado es una estupidez.

La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer? (Sigmund Freud). No lo sé, pero probablemente será bastante distinto de lo que quiera un hombre, no digo mejor ni peor, sólo digo distinto.

Los que matan a una mujer y después se suicidan debían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después (Ramón Gómez de la Serna). Amén.

miércoles, 18 de junio de 2008

Amaneceres

Un hombre despierta a las seis de la mañana en su rancho en Alburquerque. Mira a través de la ventana y observa los primeros rayos del sol iluminando tímidamente las tierras que desde tiempos inmemoriales han pertenecido a su familia. A la derecha el sinuoso camino de tierra, a la izquierda los establos. Un manto de paz se extiende sobre el paisaje. El hombre sale al porche y respira el puro aire del amanecer. Un escalofrío le recorre la espalda y vuelve la cabeza hacia atrás.

Es un miércoles por la mañana. La mayoría de la gente está trabajando. Apenas habrá unas tres o cuatro personas paseando por dentro de la catedral. Los muros están en silencio. Cuando hay mucha gente la catedral se enfada y los muros hablan. Hoy no. El hombre se sienta en el suelo frío de mármol de la capilla y cierra los ojos, sintiendo el aire fresco que le regala la catedral, el remanso de paz, incluso la alegría. Un ruido le sobresalta, mira atrás y un escalofrío le recorre como un látigo la espalda.

“Y yo mientras tanto desnudo y breve en el frío aliento

de la noche descubierta froto entre sí mis piernas,

araño mis brazos y hundo en la tierra mis pies,

la tierra el manto del alma, la suave calma del rocío.

Tarará ra rá…”

Te pones las gafas de sol aunque sus rayos aún no tienen la fuerza para deslumbrarte. Es temprano y el día se despereza sin sobresaltos, con cierto temor a empezar de nuevo. Te apoyas en la barandilla y ves el agua correr debajo de ti. El río tampoco tiene prisa, la vida tampoco tiene prisa -piensas- es mejor volver a casa y sentarse en el sillón a leer y a tomar un buen café. Tus dedos tamborilean sobre la fría piedra del puente. Un escalofrío rápido como un rayo recorre tus dedos y sube por tu brazo hasta congelarse en la nuca.

El pianista se despierta como siempre puntual a las cinco de la mañana. Baja las escaleras, se sirve una taza de té caliente, se lava la cara, tose un par de veces, tararea un par de melodías mientras desde su ventana ve como un perro corre persiguiendo las sombras que el sol extingue en su amanecer. Se sienta al piano. La música surge con facilidad pero sin pasión. De pronto, se da cuenta de que la vida no perdona.

“Y yo mientras tanto desnudo y breve en el frío aliento

de la noche descubierta froto entre sí mis piernas,

araño mis brazos y hundo en la tierra mis pies,

la tierra el manto del alma, la suave calma del rocío.

Tararí ro rí…”

“Laralá ra rá…”

lunes, 16 de junio de 2008

Nueva utopía. Empezamos de cero. Nos estamos mudando. Viene bien echar la vista atrás de vez en cuando para recuperar lo que es recuperable, lo que nos ayudará a volver a ser quienes nunca debimos dejar de ser. No todo debe ser recuperado, sólo lo justo y necesario. Es bueno volver a ciertos lugares comunes, sólo a ciertos y sólo a los propios, aunque uno pueda aburrirse de uno mismo. La nueva utopía inmersa de lleno en la literatura porque si se sale de los bordes de la página se muere un poco. No innovar, transgredir, sorprender. Los hay que no valemos para eso. Los hay que nos conformamos con encontrar buenas frases, pero cortas, buenos pensamientos con la profundidad que seamos capaces de alcanzar.

El payaso de Hopper me acompaña desde que recuerdo que algo empezó a moverse dentro de mí, desde que empecé a escribir. Hopper se dibujaba a sí mismo de una manera dicen que ingenua pero con una sinceridad a prueba de críticos. La terraza de París es el mundo, el payaso un arquetipo y el color es el color de la memoria y de los sueños. Sandman y los eternos caminan entre nosotros aunque no los veamos.

Xīn shēng es en chino vida nueva / regeneración, recién surgido / recién aparecido / recién nacido, alumno nuevo / estudiante recién admitido. La que más me gusta es la última: alumno nuevo. Me recuerda a aquello de Calamaro, "estudiante el día de la primavera".

No hay mucho más que decir. No hay declaración de intenciones ni planes ni estrategias ni futuro ni reglas. Hay libertad en la palabra, utopía y ganas de no dormirme en los laureles. Quien quiera acompañarme es bienvenido.

L.