miércoles, 17 de diciembre de 2008

BODA



La boda transcurría con total normalidad. El día había sido caluroso pero agradecido por una suave brisa que aliviaba el rigor amarillo del sol. La novia había pasado un día muy nerviosa y la mandíbula le dolía por la permanente sonrisa que quedó en su rostro desde que su amante le pidió que se casara con ella. Hay gente que nace para el matrimonio y gente que no, aunque todo el mundo nace para el amor, lo reconozca o no. En todo caso, veamos cómo el novio pasa el día despreocupado pero agitado, un poco haciendo por hacer, sentándose y levantándose a los cinco minutos, sin apreciar un claro nerviosismo pero con la sensación ineludible de que algo va a cambiar a última hora del día. Sale de su casa para despejar la cabeza y la brisa acaricia a cada paso su rostro llenándole de una especie de comunicación de fumado con la naturaleza. Y continúa paseando pensando en ella.

La boda comienza con total normalidad. El jardín está hermoso, los invitados convenientemente colocados y el novio al pie del altar, con un traje blanco a la última moda. Suenan los primeros compases de la música, que no es una marcha nupcial porque ya no se llevan, y la novia aparece en la lejanía, toda vestida de blanco, hermosa y perfecta, aunque ella no lo sea, pero hermosa y perfecta como nunca lo fue una mujer. La suave brisa llena a todos de un ánimo especial y veraniego e inunda de gozo sus corazones.

La novia, en fin, atraviesa llorosa el pasillo con su padre del brazo. Todo transcurre con normalidad. Comienza a sentir un delicioso hormigueo, desconcertante pero delicioso, y continúa su paseo entre las miradas amables de los invitados. Mientras, el novio la mira con lágrimas en los ojos y siente un desconcertante hormigueo en su brazo derecho. Se lo rasca e inmediatamente deja de hacerlo porque nota una especie de blandura en el antebrazo. "Nervios, alucinaciones, mejor paro". "Hija, tienes el brazo como blando". "Sí, papá, es que estoy como un flan”. Todo continúa con normalidad. Llega al altar y le coge la mano al nervioso novio y la mano está blanda.

La boda se desarrolla con total normalidad. Algunos invitados cercanos a la feliz pareja hacen sus emocionados discursos, el oficiante suelta algunos chistes y algunas lágrimas y la ternura y la alegría se apodera de los corazones de los hombres y las mujeres. Mientras tanto, en silencio y blandura, los novios notan los extraños cambios y movimientos de sus cuerpos y siguen mirándose con complicidad. Llega el final. "Os declaro marido y mujer, o mujer y marido". En un desarrollo completamente visible de unos diez segundos la cabeza del hombre se transforma en un limpio y hermoso lirio y la de la mujer en una rosa blanca y pura. Los trajes de ambos resbalan de su cuerpo y caen al suelo dejando ver sus cuerpos todos cubiertos de pétalos. Y vuelve la dulce brisa que vuela sus cabezas, sus pies, sus manos hacia el sol que se esconde, mezclándose en el aire del atardecer, danzando en un baile perfecto y armonioso y ascendente. Y vuelan. La madrina sentencia: “¡Qué suerte, ya se van de viaje de novios!”.