miércoles, 26 de agosto de 2009

CUENTO DE HADAS III. La historia continúa.




El hada despertó, pues, de su período vacacional, del frío del frío invierno, un poco sin saber qué hacer y sin saber dónde se hallaba. Desde luego, por el suspense del relato y para que el lector pueda experimentar la desazón de nuestro personaje, no desvelaremos su pasado hasta que ella no lo descubra. Punto uno o a: el relato se escribe a sí mismo sin intervención humana alguna. Punto dos o b: sabemos que la naturaleza de las hadas es la protección, que nacen con un plop y deben su vida a lo primero que vean al abrir sus ojos. Dicha regla no es aplicable a las hadas que despiertan por segunda vez a la vida porque es un hecho completamente novedoso y, por tanto, no susceptible de ser interpretable a través de la casuística. El hada despierta y sabe que algo terrible ocurrió, que algún hecho luctuoso le sucedió para encontrarse desamparada y sin el objeto de su protección, pero desconoce completamente la verdadera historia.

Difícil sin un pasado igual que la falta de perspectivas de futuro, la sombra de la capacidad de la alegría. La imposibilidad de un rumbo, de dar las cosas por sentado, tan liberadora como descorazonadora. Que los motivos muy concretos, que algo tenía que pasar porque tenía que pasar o que el azar, tanto en el nacimiento de un hada como en el cambio de la historia… El hada seguía inmóvil, incapaz siquiera de pensar con verbos. El silencio más puro y la gravedad más pesada, el cielo más gris, el sol más subterráneo, el agua más seca. Y entonces, como siempre, la maravilla del milagro. Un único verbo para echar a volar. Llovía. Agua, agüita fresca, el principio de todo. Cayeron las primeras gotas y el hada supo que todo era muy sencillo. Si se ponía a llover tendría que ponerse a resguardo, no hacía falta mucha iniciativa para eso porque todo hada sabe -y esto tiene que ver con cuestiones de genética que la gente da por supuesto- que si un hada recibe una cantidad exagerada de agua en su cuerpo, se pone mal de la cabeza, se pudre y, al final, se muere. Plegó las alas para evitar que se le mojaran y echó a correr. Tan pronto como cogió cierta velocidad en la carrera descubrió que, en su apatía, ni siquiera se había molestado en saber dónde se hallaba. Sabemos, y esto es así, que la mayoría de las hadas y de los seres del submundo o supramundo fantástico habitan en bosques y demás sitios recónditos, idealizados en los relatos infantiles y las pinturas de los locos, básicamente porque el hombre se ha encargado de largo de ahogar con el asfalto y los humos toda conexión posible con la tierra y los astros. De modo que el medio urbano no es un lugar en el que suelan encontrarse estos seres.

Miró hacia atrás y el paisaje era completamente blanco, borrado, y una nube persistente envolvía el color aún en una espesa bruma. Delante, el Capitán, sentado en una cómoda hamaca, sacaba lustre a las botas con un cigarrillo en los labios y un ojo cerrado por el humo, mientras escuchaba una y otra vez Days like this, de Van Morrison.

-¿Hola, muchacha? ¿Perdida?
-Sí.
-Bienvenida a la Ciudad, a la city. Bienvenida al mundo moderno –dijo el Capitán con el cigarro en los labios.
-Gracias, es usted muy amable. Yo, verá...-Hada tenía ciertas dudas de si debía contarle a un agente de la autoridad humana sus problemas- Yo es que no sé...
-No se preocupe, nena. Casi ninguno sabe. Saber es un privilegio al alcance de muy pocos, poquísimos. Ay, muchacha, si yo le contara... Por aquí se ve de todo.

El Capitán tiró al suelo el cigarro y lo pisó con su pie descalzo. Hada se quedó mirando al suelo sorprendida y, cuando levantó la vista, observó como de la nada apareció un pequeño remolino en la boca del Capitán que, capa por capa, primero el tabaco, luego el filtro y por fin el papel rodeándolos, formaba lo que terminó siendo un cigarro de nuevo encendido en los labios del hombre.

-De todo, se lo aseguro, muñeca. De todo. He conocido gente que no sabía dónde estaba su mano derecha. Figúrese. Así es imposible que la humanidad avance. Yo cumplo mi deber, pero, ah, váyase a saber si el resto de la gente ahí dentro lo hace.
-Yo no sé muy bien lo que me ha pasado. Me acabo de despertar y no sé qué hacer. Quizá pudiera ayudarle aquí.
-Caray, reina, esa sí que es una gran idea. Un toque femenino le vendría de perlas a este campamento. Pero, ¿ha hecho usted el servicio militar?
-No, que yo sepa.
-Entonces imposible. Imposible del todo. Es una lástima. Pero déjeme ayudarla.

El Capitán se levantó, con el cigarrillo humeante en los labios y el ojo guiñado mientras sonaba Days like this, y le dio un abrazo a Hada. Hada notó un calorcillo agradable. Después, la miró a los ojos sosteniendo su cara entre sus enormes manos y le dio una palmada en el trasero.

-Veamos, esto es un mapa de la city. Está un poco viejo y no sé si será muy exacto hoy en día pero servirá. ¿Sabes leer, princesa? Seguro que sí. Muy bien, según atraviesas la puerta, vas todo recto y llegas al centro. A tu derecha quedará la parte este de la ciudad y a tu izquierda la oeste. Más al fondo esta la parte norte y esta entrada es la del sur. Si quieres salir puedes volver aquí o ir a la salida del otro extremo, que es la salida norte, o a la del este que es la salida este y así sucesivamente con la salida oeste y sucesivamente. ¿Está claro? Al este está el Barrio de los negros, donde viven los negros. También está cerca, más al norte, el de los chinos, donde viven los ciudadanos orientales. Luego hay un barrio musulmán, un barrio gitano, un barrio latino, un barrio rojo, que es donde viven las putas y está el ayuntamiento. Hacia el centro está el Barrio Normal, que es donde vive la gente normal. Yo iría más bien allí de primeras. Y lo demás, mejor que lo descubras tú sola. Bienvenida a la ciudad.
-Gracias por todo, Capitán. ¿Necesita que le traiga algo de dentro?
-Si ves a alguien uniformado les dices, por favor, que me llamen de puesto de mando, por favor. Por favor. ¡Suerte!

Hada se guardó en su bolso el mapa y se encaminó a la puerta que se estaba abriendo. Cuando llegó al dintel quiso mirar hacia atrás, pero supuso que todo estaría blanco y prefirió no hacerlo. Y entró en la ciudad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

CUENTOS DE HADAS II, a lo Monterroso.

Un día, una pequeña hada, la primera de las acuáticas, hizo plop y apareció al lado de un tiburón y ñam.

sábado, 24 de enero de 2009

CUENTOS DE HADAS


El hada despertó de su largo sueño, abrió sus preciosos ojos azules y se desperezó. Estiró los brazos, primero uno y luego el otro, despacio, acostumbrándose de nuevo al bosque después de pasar el invierno dormida en el seno de la tierra. Volver a conectarse con el mundo siempre tenía algo de extraño, quizá por la resistencia natural del cuerpo y el alma a no volver, a no complicarse la vida volviendo. El alma y el cuerpo sabían que se estaba mejor al otro lado. Existen hadas que llevan dormidas siglos, tanto tiempo que, de hecho, tendría que estallar el mundo para que volvieran de su descanso de muerte. Pero nuestra hada siempre había tenido ganas de vivir y cumplir con su sobrenatural misión. Los fairy folks, las anjanas, las ninfas, da igual el nombre que el hombre les dé, siempre son las mismas, no han sido mujer antes ni lo serán, son hadas y su cometido es cuidar. Cuidar es una bella misión, pensaba el hada. Había hadas que cuidaban de los bosques, de los ríos, las fuentes, las piedras, los animales, los pueblos, sin más conexión entre hada y objeto a cuidar que el ser la primera cosa que el hada viera al nacer. Las hadas no nacen de los dioses ni por medios de reproducción naturales, sino que nacen con un plop, semejante al ruido de una pompa de jabón al estallar, es decir, suena un plop y nace un hada. Así de sencillo, pura arbitrariedad de la naturaleza, puro capricho de la casualidad. Si el hada nace y se encuentra un cerdo, será hada de cerdos, si se encuentra un pueblo escondido en el bosque lo protegerá con su vida, si lo primero que ven sus lindos ojos es una piedra será la protectora de las piedras. Esto limita mucho la capacidad de movimiento de las hadas, puesto que, por miedo a ver su objeto de cuidado desprotegido, suelen permanecer a su lado por siempre. Por tanto, la vida de un hada, pese a sus encantadoras alitas, es ciertamente sedentaria. Algunas se acomodan y engordan, aunque suelen conservar su hermosura y encanto. Cuentan historias ciertamente bellas de estas hadas que ven ligado su destino al azar.

Nube (las hadas reciben su nombre de su objeto) abrió sus ojos una mañana de abril mirando hacia el cielo y se quedó prendada de una nube gorda y blanca como un enorme pedazo de algodón. Lloró, porque las hadas siempre lloran cuando nacen, como los hombres. Subió volando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz del sol y, al llegar a la nube, le preguntó su nombre. Pero no respondió. Preguntó su nombre y no respondió. Preguntó su nombre y la nube no respondía. Las hadas, y más las recién nacidas, son muy tercas. A Nube le costó entender que su objeto de protección era un ser inanimado. Pero pronto aprendió que, dependiendo del viento, la nube podía moverse con más o menos celeridad, de modo que según notaba Nube que el viento era suave, bajaba deprisa a la tierra a hablar con los animales, los hombres, a observar el mundo, a experimentar, a tomar cervezas. Por un largo tiempo, Nube fue muy feliz y diligente. El día que un boeing estuvo a punto de destrozar a la nube con sus motores, Nube salvó el día. Se internó deprisa en la cabina y le explicó la situación al piloto, que la entendió perfectamente y cambió el rumbo. Así vivió un tiempo hasta que, en fin, todo cambió. Un plomizo día de mayo el cielo se oscureció y un ejército de nubes azulonas, moradas, rechonchas, se apelotonó en torno a su nube. Avergonzada, la nube se contagió de su color, y Nube la miraba asustada y desconcertada, con un nudo en el estómago, con un mal presagio sobre su cabeza. Los primeros truenos y rayos le pusieron literalmente los pelos de punta a Nube y de pronto contempló asustada el desgajarse de su amiga, que iba desapareciendo mientras su cuerpo de algodón se transformaba en pequeñas gotas que se precipitaban en caída libre hacia el lejano suelo. Nube quedó paralizada, no sabía si lanzarse en picado o permanecer junto a su fragmentada amiga. Permaneció, sin saber qué hacer para evitar el desastre. Por fin, acompañó a las últimas gotas al seno de la tierra, rompiéndose sus uñas al hacer un túnel por el que seguir a las furtivas gotas, último resto de su nube, luchando sin descanso, con el alma encogida, hasta que las perdió y siguió y siguió excavando hasta el mismo centro de la tierra donde, agotada, se quedó dormida en el núcleo de la corteza terrestre, calentita y arrullada por la música de las placas tectónicas.

Estábamos, en fin, con nuestra recién despertada hada, pendientes de saber por qué había tenido que echarse a dormir. Pero es tarde, supongo que esta historia tendrá que esperar a otro día…