sábado, 24 de enero de 2009

CUENTOS DE HADAS


El hada despertó de su largo sueño, abrió sus preciosos ojos azules y se desperezó. Estiró los brazos, primero uno y luego el otro, despacio, acostumbrándose de nuevo al bosque después de pasar el invierno dormida en el seno de la tierra. Volver a conectarse con el mundo siempre tenía algo de extraño, quizá por la resistencia natural del cuerpo y el alma a no volver, a no complicarse la vida volviendo. El alma y el cuerpo sabían que se estaba mejor al otro lado. Existen hadas que llevan dormidas siglos, tanto tiempo que, de hecho, tendría que estallar el mundo para que volvieran de su descanso de muerte. Pero nuestra hada siempre había tenido ganas de vivir y cumplir con su sobrenatural misión. Los fairy folks, las anjanas, las ninfas, da igual el nombre que el hombre les dé, siempre son las mismas, no han sido mujer antes ni lo serán, son hadas y su cometido es cuidar. Cuidar es una bella misión, pensaba el hada. Había hadas que cuidaban de los bosques, de los ríos, las fuentes, las piedras, los animales, los pueblos, sin más conexión entre hada y objeto a cuidar que el ser la primera cosa que el hada viera al nacer. Las hadas no nacen de los dioses ni por medios de reproducción naturales, sino que nacen con un plop, semejante al ruido de una pompa de jabón al estallar, es decir, suena un plop y nace un hada. Así de sencillo, pura arbitrariedad de la naturaleza, puro capricho de la casualidad. Si el hada nace y se encuentra un cerdo, será hada de cerdos, si se encuentra un pueblo escondido en el bosque lo protegerá con su vida, si lo primero que ven sus lindos ojos es una piedra será la protectora de las piedras. Esto limita mucho la capacidad de movimiento de las hadas, puesto que, por miedo a ver su objeto de cuidado desprotegido, suelen permanecer a su lado por siempre. Por tanto, la vida de un hada, pese a sus encantadoras alitas, es ciertamente sedentaria. Algunas se acomodan y engordan, aunque suelen conservar su hermosura y encanto. Cuentan historias ciertamente bellas de estas hadas que ven ligado su destino al azar.

Nube (las hadas reciben su nombre de su objeto) abrió sus ojos una mañana de abril mirando hacia el cielo y se quedó prendada de una nube gorda y blanca como un enorme pedazo de algodón. Lloró, porque las hadas siempre lloran cuando nacen, como los hombres. Subió volando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz del sol y, al llegar a la nube, le preguntó su nombre. Pero no respondió. Preguntó su nombre y no respondió. Preguntó su nombre y la nube no respondía. Las hadas, y más las recién nacidas, son muy tercas. A Nube le costó entender que su objeto de protección era un ser inanimado. Pero pronto aprendió que, dependiendo del viento, la nube podía moverse con más o menos celeridad, de modo que según notaba Nube que el viento era suave, bajaba deprisa a la tierra a hablar con los animales, los hombres, a observar el mundo, a experimentar, a tomar cervezas. Por un largo tiempo, Nube fue muy feliz y diligente. El día que un boeing estuvo a punto de destrozar a la nube con sus motores, Nube salvó el día. Se internó deprisa en la cabina y le explicó la situación al piloto, que la entendió perfectamente y cambió el rumbo. Así vivió un tiempo hasta que, en fin, todo cambió. Un plomizo día de mayo el cielo se oscureció y un ejército de nubes azulonas, moradas, rechonchas, se apelotonó en torno a su nube. Avergonzada, la nube se contagió de su color, y Nube la miraba asustada y desconcertada, con un nudo en el estómago, con un mal presagio sobre su cabeza. Los primeros truenos y rayos le pusieron literalmente los pelos de punta a Nube y de pronto contempló asustada el desgajarse de su amiga, que iba desapareciendo mientras su cuerpo de algodón se transformaba en pequeñas gotas que se precipitaban en caída libre hacia el lejano suelo. Nube quedó paralizada, no sabía si lanzarse en picado o permanecer junto a su fragmentada amiga. Permaneció, sin saber qué hacer para evitar el desastre. Por fin, acompañó a las últimas gotas al seno de la tierra, rompiéndose sus uñas al hacer un túnel por el que seguir a las furtivas gotas, último resto de su nube, luchando sin descanso, con el alma encogida, hasta que las perdió y siguió y siguió excavando hasta el mismo centro de la tierra donde, agotada, se quedó dormida en el núcleo de la corteza terrestre, calentita y arrullada por la música de las placas tectónicas.

Estábamos, en fin, con nuestra recién despertada hada, pendientes de saber por qué había tenido que echarse a dormir. Pero es tarde, supongo que esta historia tendrá que esperar a otro día…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre hadita... Lleva tantos días despierta, sola por el mundo, sin que nadie sepa de ella... A lo mejor si nos sigues contando, podemos salir ayudarla -siempre y cuando nos necesite, claro...

Fdo. Saco de Arena

Anónimo dijo...

Es cierto, es hora de dormir. Pero pronto llegará otro día. ¿Podremos saber del hada?

P

RoAr dijo...

¡Me encanta Luis!