lunes, 19 de abril de 2010

CUENTOS DE HADAS IV



Resumen de lo publicado: Hada es un hada sin futuro y sin pasado. Se ha despertado y no sabe cuál es el objeto que tiene que proteger. Confundida y llena de adjetivos, emprende el vuelo y llega a la puerta de la ciudad donde un viejo Capitán obsesionado con Van Morrison le explica, o, al menos, él eso cree, cómo es la city. Y Hada entra...

La sinfonía de aromas y colores era embriagadora y muy perjudicial para la salud. Los colores de las especias, el griterío, la venta de las mercancías, el olor de la comida... Todo le recordaba a Hada que nunca había tenido vida y que, en realidad, entendía sólo muy pocas cosas, y todas ellas eran cosas de hadas. La gente a su alrededor no la miraban apenas y se sintió, por primera vez en su vida, realmente sola. Si nunca conoces más que el aislamiento, si eres una criatura fantástica que no se mezcla con la realidad, es difícil sentir el opresivo peso de la soledad. Pero ahora, metida como un grano de arena más en ese desierto de gente, le atenazaba el sentimiento de no volver a encontrar la paz.

El barrio musulmán estaba lleno de gente morena que bebía té y vendía mercancías de muy diversa índole, pero todo colorido, alegre, con cierto olor casero, como si todo lo que se podía ver en los puestos tuviera una segunda capa de existencia pasada, como las antigüedades, las ruinas, las bicicletas oxidadas o los viejos. Y Hada comenzó a pensar, así, como se empieza a pensar, a lo loco, que nada es malo por naturaleza, ni bueno; que, en realidad, malo o bueno eran conceptos humanos, no realidades, y que debía abrir su espíritu y encontrar el camino. Caminando bajo los toldos apenas se podía entrever los rayos del sol, parecía uno estar casi bajo tierra.

-Qúedate quieta.

La voz salía de detrás de sus orejas, no de dentro de sus oídos, sino de detrás de sus orejas. Volvió la cabeza y sólo encontró detrás un niño. Miró a un lado y vio preciosos espejos con adornos moriscos que le devolvían una imagen suya distinta a la que recordaba la última vez que se miró.

-Quédate quieta.

La voz volvía a salir de detrás de sus orejas, no de sus oídos. Y detrás nadie.

En realidad, Hada nunca había estado en un sitio como este, de hecho, no recordaba haber estado en ningún sitio en especial con anterioridad a su reciente despertar. De modo que los ojos nuevos le servían para percatarse de cosas extremadamente importantes e inapreciables para la mayoría de los humanos: que por encima de los puestos de los mercaderes había ventanas que guardaban secretos antiguos; que ciertas calles que se abrían entre los puestos eran tan atractivas que no se debía pasar por ellas; que los hombres y las mujeres tienen muchas partes de su cuerpo distintas, especialmente la nariz; y que le quedaba tanto por entender que le abrumaba la resposabilidad. Y luego estaba esa extraña voz que la urgía a quedarse quieta.

Pensó que ir por partes sería lo más correcto. Así, Hada empezó a investigar los puestos en busca de unos buenos zapatos para sus pies descalzos. Me van a perdonar si no he descrito antes a Hada pero, como ya se ha afirmado anteriormente, el cuento se escribe solo y si él no describe a Hada no se puede hacer nada por obligarle. Sí sabemos que iba descalza. Y sabemos que está buscando unos zapatos. Y esto es importante porque el zapatero es esencial para nuestra historia. Eso sí lo sé.

-Los zapatos son el espejo del alma. Un zapato para gobernarlos a todos. Zapato a zapato se hace el camino. Y, claro, zapatero a tus zapatos.
-¿Disculpe? -dijo Hada sorprendida- Quería unos zapatos.
-¿Para quién?
-Para mí, claro, no conozco a nadie más.
-Tengo exactamente lo que necesita. ¿Qué pié calza, señorita? -preguntó el zapatero a través de sus anteojos gastados.
-Realmente no lo sé. Es la primera vez que compro zapatos, señor.
-Nunca es tarde si el zapato es bueno. Un siete, probablemente. Pruébese este. Sí, ¿ve? Un siete. Más sabe el zapatero por viejo que por diablo.
-Pero este no me gusta demasiado, ¿sabe?
-Claro, señorita, era sólo para saber la talla. ¿Color?
-Cualquiera.
-¿Forma?
-No sé.
-¿Alguna marca en especial?
-No...
-Veo que lo tiene usted clarísimo, señorita. Tengo exactamente lo que necesita.

El zapatero se subió a una altísima escalera y rebuscó en la repisa más alta del mueble. Hada no pudo evitar fijarse en su extraño atuendo. Llevaba puesto un frac dos tallas más grandes que la suya. El traje estaba gastado; probablemente, en algún momento fue negro. Eso sí, los mocasines estaban relucientes, reflejaban su picada nariz como un espejo.

-¿Y usted quería los zapatos para...?
-Para andar, señor, los quiero para andar.
-Pues aquí tiene.
-Son realmente bonitos, caballero.

Hada estaba francamente emocionada con sus nuevos zapatos. Entonces, se percató de que no tenía dinero. Nunca lo había necesitado.

-Pues trato hecho, señorita. Dentro de un mes puede venir a abonarlos. No antes, porque los zapatos necesitan un período de prueba y nunca se sabe si algo puede fallar. Dentro de un mes puede volver, no antes.
-Pues muchas gracias.
-No hay de qué, señorita.

Y Hada salió con la grata sensación de que todo iba a salir bien.

martes, 26 de enero de 2010

AZULADA COPLA EN UN DÍA GRIS


Luce el sol amarillo
Rima ancha la vida verde
Fin rosa del horizonte
Viene la tristeza a verte

Viene la tristeza a verte
Sudando cual suda amor
Herida de muerte viene
Respirando puro dolor.

Me arrancaron la garganta
Clavaron mi corazón
No desfallezco, no duermo
Vivo al lado del perdón.

Muero al borde de esta copla
Danzo siempre alrededor
De la luna, de la estrella,
Del calor del dulce sol.

Si vienes hoy a verme
Tráete sólo el silencio,
No vengas con compañía,
Nunca me digas el precio.

Descálzate y toma asiento…
Espérame sola en la orilla.
Descálzate, toma asiento,
Sólo espérame en la orilla.

miércoles, 26 de agosto de 2009

CUENTO DE HADAS III. La historia continúa.




El hada despertó, pues, de su período vacacional, del frío del frío invierno, un poco sin saber qué hacer y sin saber dónde se hallaba. Desde luego, por el suspense del relato y para que el lector pueda experimentar la desazón de nuestro personaje, no desvelaremos su pasado hasta que ella no lo descubra. Punto uno o a: el relato se escribe a sí mismo sin intervención humana alguna. Punto dos o b: sabemos que la naturaleza de las hadas es la protección, que nacen con un plop y deben su vida a lo primero que vean al abrir sus ojos. Dicha regla no es aplicable a las hadas que despiertan por segunda vez a la vida porque es un hecho completamente novedoso y, por tanto, no susceptible de ser interpretable a través de la casuística. El hada despierta y sabe que algo terrible ocurrió, que algún hecho luctuoso le sucedió para encontrarse desamparada y sin el objeto de su protección, pero desconoce completamente la verdadera historia.

Difícil sin un pasado igual que la falta de perspectivas de futuro, la sombra de la capacidad de la alegría. La imposibilidad de un rumbo, de dar las cosas por sentado, tan liberadora como descorazonadora. Que los motivos muy concretos, que algo tenía que pasar porque tenía que pasar o que el azar, tanto en el nacimiento de un hada como en el cambio de la historia… El hada seguía inmóvil, incapaz siquiera de pensar con verbos. El silencio más puro y la gravedad más pesada, el cielo más gris, el sol más subterráneo, el agua más seca. Y entonces, como siempre, la maravilla del milagro. Un único verbo para echar a volar. Llovía. Agua, agüita fresca, el principio de todo. Cayeron las primeras gotas y el hada supo que todo era muy sencillo. Si se ponía a llover tendría que ponerse a resguardo, no hacía falta mucha iniciativa para eso porque todo hada sabe -y esto tiene que ver con cuestiones de genética que la gente da por supuesto- que si un hada recibe una cantidad exagerada de agua en su cuerpo, se pone mal de la cabeza, se pudre y, al final, se muere. Plegó las alas para evitar que se le mojaran y echó a correr. Tan pronto como cogió cierta velocidad en la carrera descubrió que, en su apatía, ni siquiera se había molestado en saber dónde se hallaba. Sabemos, y esto es así, que la mayoría de las hadas y de los seres del submundo o supramundo fantástico habitan en bosques y demás sitios recónditos, idealizados en los relatos infantiles y las pinturas de los locos, básicamente porque el hombre se ha encargado de largo de ahogar con el asfalto y los humos toda conexión posible con la tierra y los astros. De modo que el medio urbano no es un lugar en el que suelan encontrarse estos seres.

Miró hacia atrás y el paisaje era completamente blanco, borrado, y una nube persistente envolvía el color aún en una espesa bruma. Delante, el Capitán, sentado en una cómoda hamaca, sacaba lustre a las botas con un cigarrillo en los labios y un ojo cerrado por el humo, mientras escuchaba una y otra vez Days like this, de Van Morrison.

-¿Hola, muchacha? ¿Perdida?
-Sí.
-Bienvenida a la Ciudad, a la city. Bienvenida al mundo moderno –dijo el Capitán con el cigarro en los labios.
-Gracias, es usted muy amable. Yo, verá...-Hada tenía ciertas dudas de si debía contarle a un agente de la autoridad humana sus problemas- Yo es que no sé...
-No se preocupe, nena. Casi ninguno sabe. Saber es un privilegio al alcance de muy pocos, poquísimos. Ay, muchacha, si yo le contara... Por aquí se ve de todo.

El Capitán tiró al suelo el cigarro y lo pisó con su pie descalzo. Hada se quedó mirando al suelo sorprendida y, cuando levantó la vista, observó como de la nada apareció un pequeño remolino en la boca del Capitán que, capa por capa, primero el tabaco, luego el filtro y por fin el papel rodeándolos, formaba lo que terminó siendo un cigarro de nuevo encendido en los labios del hombre.

-De todo, se lo aseguro, muñeca. De todo. He conocido gente que no sabía dónde estaba su mano derecha. Figúrese. Así es imposible que la humanidad avance. Yo cumplo mi deber, pero, ah, váyase a saber si el resto de la gente ahí dentro lo hace.
-Yo no sé muy bien lo que me ha pasado. Me acabo de despertar y no sé qué hacer. Quizá pudiera ayudarle aquí.
-Caray, reina, esa sí que es una gran idea. Un toque femenino le vendría de perlas a este campamento. Pero, ¿ha hecho usted el servicio militar?
-No, que yo sepa.
-Entonces imposible. Imposible del todo. Es una lástima. Pero déjeme ayudarla.

El Capitán se levantó, con el cigarrillo humeante en los labios y el ojo guiñado mientras sonaba Days like this, y le dio un abrazo a Hada. Hada notó un calorcillo agradable. Después, la miró a los ojos sosteniendo su cara entre sus enormes manos y le dio una palmada en el trasero.

-Veamos, esto es un mapa de la city. Está un poco viejo y no sé si será muy exacto hoy en día pero servirá. ¿Sabes leer, princesa? Seguro que sí. Muy bien, según atraviesas la puerta, vas todo recto y llegas al centro. A tu derecha quedará la parte este de la ciudad y a tu izquierda la oeste. Más al fondo esta la parte norte y esta entrada es la del sur. Si quieres salir puedes volver aquí o ir a la salida del otro extremo, que es la salida norte, o a la del este que es la salida este y así sucesivamente con la salida oeste y sucesivamente. ¿Está claro? Al este está el Barrio de los negros, donde viven los negros. También está cerca, más al norte, el de los chinos, donde viven los ciudadanos orientales. Luego hay un barrio musulmán, un barrio gitano, un barrio latino, un barrio rojo, que es donde viven las putas y está el ayuntamiento. Hacia el centro está el Barrio Normal, que es donde vive la gente normal. Yo iría más bien allí de primeras. Y lo demás, mejor que lo descubras tú sola. Bienvenida a la ciudad.
-Gracias por todo, Capitán. ¿Necesita que le traiga algo de dentro?
-Si ves a alguien uniformado les dices, por favor, que me llamen de puesto de mando, por favor. Por favor. ¡Suerte!

Hada se guardó en su bolso el mapa y se encaminó a la puerta que se estaba abriendo. Cuando llegó al dintel quiso mirar hacia atrás, pero supuso que todo estaría blanco y prefirió no hacerlo. Y entró en la ciudad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

CUENTOS DE HADAS II, a lo Monterroso.

Un día, una pequeña hada, la primera de las acuáticas, hizo plop y apareció al lado de un tiburón y ñam.

sábado, 24 de enero de 2009

CUENTOS DE HADAS


El hada despertó de su largo sueño, abrió sus preciosos ojos azules y se desperezó. Estiró los brazos, primero uno y luego el otro, despacio, acostumbrándose de nuevo al bosque después de pasar el invierno dormida en el seno de la tierra. Volver a conectarse con el mundo siempre tenía algo de extraño, quizá por la resistencia natural del cuerpo y el alma a no volver, a no complicarse la vida volviendo. El alma y el cuerpo sabían que se estaba mejor al otro lado. Existen hadas que llevan dormidas siglos, tanto tiempo que, de hecho, tendría que estallar el mundo para que volvieran de su descanso de muerte. Pero nuestra hada siempre había tenido ganas de vivir y cumplir con su sobrenatural misión. Los fairy folks, las anjanas, las ninfas, da igual el nombre que el hombre les dé, siempre son las mismas, no han sido mujer antes ni lo serán, son hadas y su cometido es cuidar. Cuidar es una bella misión, pensaba el hada. Había hadas que cuidaban de los bosques, de los ríos, las fuentes, las piedras, los animales, los pueblos, sin más conexión entre hada y objeto a cuidar que el ser la primera cosa que el hada viera al nacer. Las hadas no nacen de los dioses ni por medios de reproducción naturales, sino que nacen con un plop, semejante al ruido de una pompa de jabón al estallar, es decir, suena un plop y nace un hada. Así de sencillo, pura arbitrariedad de la naturaleza, puro capricho de la casualidad. Si el hada nace y se encuentra un cerdo, será hada de cerdos, si se encuentra un pueblo escondido en el bosque lo protegerá con su vida, si lo primero que ven sus lindos ojos es una piedra será la protectora de las piedras. Esto limita mucho la capacidad de movimiento de las hadas, puesto que, por miedo a ver su objeto de cuidado desprotegido, suelen permanecer a su lado por siempre. Por tanto, la vida de un hada, pese a sus encantadoras alitas, es ciertamente sedentaria. Algunas se acomodan y engordan, aunque suelen conservar su hermosura y encanto. Cuentan historias ciertamente bellas de estas hadas que ven ligado su destino al azar.

Nube (las hadas reciben su nombre de su objeto) abrió sus ojos una mañana de abril mirando hacia el cielo y se quedó prendada de una nube gorda y blanca como un enorme pedazo de algodón. Lloró, porque las hadas siempre lloran cuando nacen, como los hombres. Subió volando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz del sol y, al llegar a la nube, le preguntó su nombre. Pero no respondió. Preguntó su nombre y no respondió. Preguntó su nombre y la nube no respondía. Las hadas, y más las recién nacidas, son muy tercas. A Nube le costó entender que su objeto de protección era un ser inanimado. Pero pronto aprendió que, dependiendo del viento, la nube podía moverse con más o menos celeridad, de modo que según notaba Nube que el viento era suave, bajaba deprisa a la tierra a hablar con los animales, los hombres, a observar el mundo, a experimentar, a tomar cervezas. Por un largo tiempo, Nube fue muy feliz y diligente. El día que un boeing estuvo a punto de destrozar a la nube con sus motores, Nube salvó el día. Se internó deprisa en la cabina y le explicó la situación al piloto, que la entendió perfectamente y cambió el rumbo. Así vivió un tiempo hasta que, en fin, todo cambió. Un plomizo día de mayo el cielo se oscureció y un ejército de nubes azulonas, moradas, rechonchas, se apelotonó en torno a su nube. Avergonzada, la nube se contagió de su color, y Nube la miraba asustada y desconcertada, con un nudo en el estómago, con un mal presagio sobre su cabeza. Los primeros truenos y rayos le pusieron literalmente los pelos de punta a Nube y de pronto contempló asustada el desgajarse de su amiga, que iba desapareciendo mientras su cuerpo de algodón se transformaba en pequeñas gotas que se precipitaban en caída libre hacia el lejano suelo. Nube quedó paralizada, no sabía si lanzarse en picado o permanecer junto a su fragmentada amiga. Permaneció, sin saber qué hacer para evitar el desastre. Por fin, acompañó a las últimas gotas al seno de la tierra, rompiéndose sus uñas al hacer un túnel por el que seguir a las furtivas gotas, último resto de su nube, luchando sin descanso, con el alma encogida, hasta que las perdió y siguió y siguió excavando hasta el mismo centro de la tierra donde, agotada, se quedó dormida en el núcleo de la corteza terrestre, calentita y arrullada por la música de las placas tectónicas.

Estábamos, en fin, con nuestra recién despertada hada, pendientes de saber por qué había tenido que echarse a dormir. Pero es tarde, supongo que esta historia tendrá que esperar a otro día…

miércoles, 17 de diciembre de 2008

BODA



La boda transcurría con total normalidad. El día había sido caluroso pero agradecido por una suave brisa que aliviaba el rigor amarillo del sol. La novia había pasado un día muy nerviosa y la mandíbula le dolía por la permanente sonrisa que quedó en su rostro desde que su amante le pidió que se casara con ella. Hay gente que nace para el matrimonio y gente que no, aunque todo el mundo nace para el amor, lo reconozca o no. En todo caso, veamos cómo el novio pasa el día despreocupado pero agitado, un poco haciendo por hacer, sentándose y levantándose a los cinco minutos, sin apreciar un claro nerviosismo pero con la sensación ineludible de que algo va a cambiar a última hora del día. Sale de su casa para despejar la cabeza y la brisa acaricia a cada paso su rostro llenándole de una especie de comunicación de fumado con la naturaleza. Y continúa paseando pensando en ella.

La boda comienza con total normalidad. El jardín está hermoso, los invitados convenientemente colocados y el novio al pie del altar, con un traje blanco a la última moda. Suenan los primeros compases de la música, que no es una marcha nupcial porque ya no se llevan, y la novia aparece en la lejanía, toda vestida de blanco, hermosa y perfecta, aunque ella no lo sea, pero hermosa y perfecta como nunca lo fue una mujer. La suave brisa llena a todos de un ánimo especial y veraniego e inunda de gozo sus corazones.

La novia, en fin, atraviesa llorosa el pasillo con su padre del brazo. Todo transcurre con normalidad. Comienza a sentir un delicioso hormigueo, desconcertante pero delicioso, y continúa su paseo entre las miradas amables de los invitados. Mientras, el novio la mira con lágrimas en los ojos y siente un desconcertante hormigueo en su brazo derecho. Se lo rasca e inmediatamente deja de hacerlo porque nota una especie de blandura en el antebrazo. "Nervios, alucinaciones, mejor paro". "Hija, tienes el brazo como blando". "Sí, papá, es que estoy como un flan”. Todo continúa con normalidad. Llega al altar y le coge la mano al nervioso novio y la mano está blanda.

La boda se desarrolla con total normalidad. Algunos invitados cercanos a la feliz pareja hacen sus emocionados discursos, el oficiante suelta algunos chistes y algunas lágrimas y la ternura y la alegría se apodera de los corazones de los hombres y las mujeres. Mientras tanto, en silencio y blandura, los novios notan los extraños cambios y movimientos de sus cuerpos y siguen mirándose con complicidad. Llega el final. "Os declaro marido y mujer, o mujer y marido". En un desarrollo completamente visible de unos diez segundos la cabeza del hombre se transforma en un limpio y hermoso lirio y la de la mujer en una rosa blanca y pura. Los trajes de ambos resbalan de su cuerpo y caen al suelo dejando ver sus cuerpos todos cubiertos de pétalos. Y vuelve la dulce brisa que vuela sus cabezas, sus pies, sus manos hacia el sol que se esconde, mezclándose en el aire del atardecer, danzando en un baile perfecto y armonioso y ascendente. Y vuelan. La madrina sentencia: “¡Qué suerte, ya se van de viaje de novios!”.

sábado, 29 de noviembre de 2008





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