lunes, 18 de agosto de 2008

MISS ASCENSOR



Desde lo del ascensor, sentía una extraña sensación de malestar, una especie de zumbido intermitente en la parte trasera de su cabeza. Iba caminando por la calle o por el portal de su casa y tenía que parar y echar la vista atrás para ver si alguien le seguía. Por lo demás, no sentía ningún peso en su conciencia por lo que había hecho, posiblemente porque en realidad nunca se arrepentía de nada de lo que hacía. Su marido, un pelele con cara de panoli, tampoco sentía lo ocurrido y lo poco que habían hablado del tema era para discutir la estrategia a seguir -más bien para que ella trazara la estrategia a seguir- después de descubrirse todo el pastel. Sus dos hijos, altos, fornidos y, a la postre, casi tan tontos como los progenitores, desconocían el pecado de sus padres pero no se vieron prácticamente sorprendidos por la noticia. Si sus padres no tenían vergüenza era difícil que a ellos se les hubiera transmitido dicha facultad para distinguir cuando algo era censurable o no, o, para ser más preciso, carecían del freno que la moralidad le impone a uno para no realizar según qué acciones que pueden verse desde fuera como algo imperdonable pero que revisten algún tipo de beneficio personal que compensa el escarnio general. La desgracia es que uno de esos hijos ya había tenido a su vez dos hijos -fuera del matrimonio según la crónica vecinal- por lo que el mundo ya nunca estaría a salvo.

Miss Ascensor (así la llamaban desde el incidente como irónica alusión al título que ella aseguraba haber obtenido hacía dos décadas en un certamen de belleza) era una mujer de mediana o no tan mediana edad, pechos operados pero ligeramente caídos, pelo largo y negro y cierta belleza en el rostro al que el paso del tiempo había tratado mejor que a su culo pero peor que a su cartera. Apoyada en un patrimonio basado en la herencia familiar, había conseguido hacer negocio a través de la reforma y venta de pisos antiguos que, gracias a la propicia situación de la burbuja inmobiliaria, le había proporcionado suculentos beneficios, ropa de marca y propiedades a mogollón que alquilaba o vendía con buenos resultados. El pelele era arquitecto y ella era algo que los demás desconocían. Si nos basamos en la crónica de sucesos, se la describe como hábil empresaria y nacida en Madrid. Lo demás son especulaciones y aportaciones más o menos objetivas de vecinos y amigos que no vienen al caso. Precisamente la opinión general era que con semejante patrimonio y actitud de nuevo rico no se podía entender el incidente del ascensor.

La muerte de Miss Ascensor conmocionó a todo el barrio e inició una larga serie de crímenes de ojo por ojo desproporcionada pero de gran acogida popular que la policía tuvo que perseguir severamente durante varios meses. Toda una corriente social que fundamentaba sus principios en el enfrentamiento contra el capital, la lucha de clases, los derechos humanos fundamentales, la revolución francesa, etc., etc., asoló la ciudad en forma de crímenes que abogaban por el despertar de la conciencia ciudadana (“El País”, noviembre de 2008). Los disturbios terminaron con la detención de un vecino fumeta que disfrazado con unas mallas negras y una calavera pintada en la camiseta cometió bajo el apodo de El Castigador cinco crímenes justicieros.

La muerte de nuestra protagonista fue, en apariencia, un accidente mecánico. El mes de agosto madrileño oprimía con un calor sin igual y la mujer llegó sofocada al portal de su casa. Pese a vivir en el tercer piso solía subir andando para tonificar sus piernas pero esa mañana decidió coger el ascensor. Al pulsar el botón de bajada del ascensor le pareció oír un murmullo y un ruido metálico difícilmente identificable. Las puertas del ascensor se abrieron y entró confiadamente en su propia muerte. Pulsó el botón del tercero y el ascensor se paró entre el segundo y el tercer piso. Era un ascensor antiguo y podía abrirse sin problemas entre plantas. “El ascensor no estaba debidamente homologado”, dirían los técnicos después. Dado que nadie respondía al botón de emergencia, la mujer decidió salir por su propio pie encaramándose al suelo de la planta tercera. Como en una mala película de terror, se oyó un crac y el ascensor se precipitó al vacío llevándose medio cuerpo mutilado de la desafortunada ciudadana.

La noticia publicada varios días después titulaba extensamente con cierta sorna impropia de los medios de comunicación de nuestro país: Muere mujer en accidente provocado de ascensor por haber estado catorce años conectada ilegalmente a la luz del ídem. Hasta la fecha no se ha hallado al culpable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cualquier coincidencia con la realidad es parecida.
Fdo. SaCo de Arena

Anónimo dijo...

Cojonudo, Luis. Cojonudo. Ya podían aprender los capullos de la generación Nocilla.

Un abrazo,
Ralph