Desde lo del ascensor, sentía una extraña sensación de malestar, una especie de zumbido intermitente en la parte trasera de su cabeza. Iba caminando por la calle o por el portal de su casa y tenía que parar y echar la vista atrás para ver si alguien le seguía. Por lo demás, no sentía ningún peso en su conciencia por lo que había hecho, posiblemente porque en realidad nunca se arrepentía de nada de lo que hacía. Su marido, un pelele con cara de panoli, tampoco sentía lo ocurrido y lo poco que habían hablado del tema era para discutir la estrategia a seguir -más bien para que ella trazara la estrategia a seguir- después de descubrirse todo el pastel. Sus dos hijos, altos, fornidos y, a la postre, casi tan tontos como los progenitores, desconocían el pecado de sus padres pero no se vieron prácticamente sorprendidos por la noticia. Si sus padres no tenían vergüenza era difícil que a ellos se les hubiera transmitido dicha facultad para distinguir cuando algo era censurable o no, o, para ser más preciso, carecían del freno que la moralidad le impone a uno para no realizar según qué acciones que pueden verse desde fuera como algo imperdonable pero que revisten algún tipo de beneficio personal que compensa el escarnio general. La desgracia es que uno de esos hijos ya había tenido a su vez dos hijos -fuera del matrimonio según la crónica vecinal- por lo que el mundo ya nunca estaría a salvo.
Miss Ascensor (así la llamaban desde el incidente como irónica alusión al título que ella aseguraba haber obtenido hacía dos décadas en un certamen de belleza) era una mujer de mediana o no tan mediana edad, pechos operados pero ligeramente caídos, pelo largo y negro y cierta belleza en el rostro al que el paso del tiempo había tratado mejor que a su culo pero peor que a su cartera. Apoyada en un patrimonio basado en la herencia familiar, había conseguido hacer negocio a través de la reforma y venta de pisos antiguos que, gracias a la propicia situación de la burbuja inmobiliaria, le había proporcionado suculentos beneficios, ropa de marca y propiedades a mogollón que alquilaba o vendía con buenos resultados. El pelele era arquitecto y ella era algo que los demás desconocían. Si nos basamos en la crónica de sucesos, se la describe como hábil empresaria y nacida en Madrid. Lo demás son especulaciones y aportaciones más o menos objetivas de vecinos y amigos que no vienen al caso. Precisamente la opinión general era que con semejante patrimonio y actitud de nuevo rico no se podía entender el incidente del ascensor.
2 comentarios:
Cualquier coincidencia con la realidad es parecida.
Fdo. SaCo de Arena
Cojonudo, Luis. Cojonudo. Ya podían aprender los capullos de la generación Nocilla.
Un abrazo,
Ralph
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