miércoles, 18 de junio de 2008

Amaneceres

Un hombre despierta a las seis de la mañana en su rancho en Alburquerque. Mira a través de la ventana y observa los primeros rayos del sol iluminando tímidamente las tierras que desde tiempos inmemoriales han pertenecido a su familia. A la derecha el sinuoso camino de tierra, a la izquierda los establos. Un manto de paz se extiende sobre el paisaje. El hombre sale al porche y respira el puro aire del amanecer. Un escalofrío le recorre la espalda y vuelve la cabeza hacia atrás.

Es un miércoles por la mañana. La mayoría de la gente está trabajando. Apenas habrá unas tres o cuatro personas paseando por dentro de la catedral. Los muros están en silencio. Cuando hay mucha gente la catedral se enfada y los muros hablan. Hoy no. El hombre se sienta en el suelo frío de mármol de la capilla y cierra los ojos, sintiendo el aire fresco que le regala la catedral, el remanso de paz, incluso la alegría. Un ruido le sobresalta, mira atrás y un escalofrío le recorre como un látigo la espalda.

“Y yo mientras tanto desnudo y breve en el frío aliento

de la noche descubierta froto entre sí mis piernas,

araño mis brazos y hundo en la tierra mis pies,

la tierra el manto del alma, la suave calma del rocío.

Tarará ra rá…”

Te pones las gafas de sol aunque sus rayos aún no tienen la fuerza para deslumbrarte. Es temprano y el día se despereza sin sobresaltos, con cierto temor a empezar de nuevo. Te apoyas en la barandilla y ves el agua correr debajo de ti. El río tampoco tiene prisa, la vida tampoco tiene prisa -piensas- es mejor volver a casa y sentarse en el sillón a leer y a tomar un buen café. Tus dedos tamborilean sobre la fría piedra del puente. Un escalofrío rápido como un rayo recorre tus dedos y sube por tu brazo hasta congelarse en la nuca.

El pianista se despierta como siempre puntual a las cinco de la mañana. Baja las escaleras, se sirve una taza de té caliente, se lava la cara, tose un par de veces, tararea un par de melodías mientras desde su ventana ve como un perro corre persiguiendo las sombras que el sol extingue en su amanecer. Se sienta al piano. La música surge con facilidad pero sin pasión. De pronto, se da cuenta de que la vida no perdona.

“Y yo mientras tanto desnudo y breve en el frío aliento

de la noche descubierta froto entre sí mis piernas,

araño mis brazos y hundo en la tierra mis pies,

la tierra el manto del alma, la suave calma del rocío.

Tararí ro rí…”

“Laralá ra rá…”

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Se descubre pensando si no sería más fácil tragar, dejar de masticar la comida. Si su estómago se llena y su garganta se desborda, quizás así consiga sobrevivir entre tanto vaivén. Han llamado a la puerta pero sigue mirando la carne de su plato. Le da igual quien sea porque ahora sólo puede pensar en el “secretito, secretito, secretoso”. Así, dicho con retintín.

Es lo divertido de estar –juntos. Ambos consiguen sonreír –juntos- al menos mil o más veces al día.
SaCo de Arena

L. dijo...

Jajaj, te quiero, saco de arena...

Anónimo dijo...

Qué bien volver a tus palabras, tanto tiempo después.

Gracias por invitarme.

Un abrazo prusiano,

Ralph.-

Unknown dijo...

Me encanta! El gusto es leerte. Mil gracias por el enlace. Besitos "castos" en el cuello :)

A dijo...

Me pediste que me pasara por ésta entrada, y yo me paso. Ahora la cosa es como comentarla, porque no se me da nada bien.
A mi me ha encantado, es la clase de historias que me gustan con un pequeño toque - o un gran toque - de incoherencia, pero con un significado de fondo [coherente].
Siempre es interesante leerte.
Un abrazo.